El amor en el Congreso de los Diputados

Yolanda Román es responsable de incidencia política y campañas de Save the Children.

Confiésenlo, han empezado a leer esto confiando en encontrarse con algún chisme jugoso o cotilleo sobre sus señorías, a las que, supongo, la primavera también la sangre altera. Pues no, no encontrarán nada de eso aquí; siento decepcionarles pero voy a hablar de infancia y conciliación. Pero denme una oportunidad y sigan leyendo, tal vez aún consiga sorprenderles.

El pasado miércoles 17 abril comparecí en representación de Save the Children en una subcomisión del Congreso de los Diputados dedicada al estudio de la conciliación de la vida laboral y familiar, esa misión imposible. La subcomisión tiene por objeto abordar la espinosa cuestión desde diferentes perspectivas, para  después elaborar un informe con conclusiones y recomendaciones dirigidas al Gobierno. Por ella han desfilado representantes de las empresas, de los sindicatos, experto académicos, laboralistas, economistas y profesionales del Derecho. Y nosotros, Save the Children, como altavoz de los derechos y las necesidades de los niños.

Les puedo asegurar que los diputados y las diputadas que conforman esa subcomisión se lo toman muy en serio y llevan meses discutiendo sobre cosas complejas: de cómo afecta la última reforma laboral a la posibilidad de conciliar, del coste económico para el Estado y para las empresas, de la racionalización de horarios, de productividad, subvenciones públicas, desgravaciones fiscales e incentivos. Todo muy serio. La economía, ya saben.

Yo les hablé de amor. Como decimos en mi equipo, con un par (de argumentos, se entiende). Les hablé de amor y de niños y padres felices.

Sí, sí, la misma cara que están poniendo ustedes pusieron en un principio sus señorías. Llevo muchos años visitando el Congreso de los Diputados regularmente y he comparecido ante varias subcomisiones y comisiones, defendiendo iniciativas y medidas a favor de los derechos humanos y de los derechos de la infancia. Creo que en todos estos años nunca había escuchado la palabra amor en la sede parlamentaria. Y qué quieren que les diga, a mí, que siempre voy con lo jurídico por delante, me gustó como sonaba.

Lo que dije exactamente es que los niños y las niñas necesitan, para su correcto desarrollo, afecto, cariño explícito, atención, en definitiva, mucho amor. Y cuando hablamos del correcto desarrollo de los niños no nos referimos sólo al crecimiento físico de acuerdo con los percentiles de peso y talla de referencia, sino  también a su crecimiento psicológico, emocional y social. Está demostrado científicamente que los vínculos afectivos estables y seguros son determinantes en la formación del sistema nervioso de los niños, en su regulación emocional y, en último término, en su salud mental. Por lo tanto, el amor es un “alimento” básico de la dieta de los niños.

También les hice notar a los diputados y diputadas que hasta ahora, los debates y las políticas sobre conciliación han estado centradas en la no discriminación laboral de las mujeres y no en esas necesidades de los niños y las niñas. Sin embargo, necesitamos mucho más que madres “equilibristas” capaces de hacer “milagros”. Necesitamos niños felices y padres y madres felices, con tiempo suficiente para dedicar a sus hijos los cuidados, la atención y el afecto que necesitan.

Temiendo que tanta referencia al amor y a la felicidad indigestase a nuestros políticos, les ofrecí una reflexión en términos económicos: los niños felices van menos al médico, rinden más en el colegio y no suelen desarrollar comportamientos agresivos o patológicos; por lo tanto, la “felicidad infantil” supone un gran ahorro al Estado en salud, educación y servicios sociales. Por su parte, los papás felices rinden más en el trabajo.

En conclusión, el amor es un activo económico de primer orden. Así que hablemos más de amor, en el Congreso de los Diputados y donde sea, sin reparo, sin vergüenza, y con la misma determinación y convicción con la que hablamos de normas jurídicas, de déficit y de paro.