Haití y la fuerza de algunos gestos

Esta entrada ha sido escrita por Natalia Quiroga.

Lo primero que te golpea al llegar a Puerto Príncipe es el calor. Cuentan que aquí en la capital las estaciones se reducen a una y la sensación térmica a la misma: el calor húmedo. Tras el choque de la humedad, en todos los sentidos lo que te golpea es la visión de los edificios derruidos, las grietas en tantas calles y  las tiendas de campaña en tantos campos. Nos quedamos sin hablar durante muchos segundos.

Luego vuelves y ves la vida de pronto, el movimiento, esta imagen de un país de América Latina tan profundamente africano. Este sería el inicio de una constante apelación a África en la calle, en las conversaciones, en el ritmo, en la historia pero, sobre todo, en los sentidos. Haití sabe a África aunque los haitianos sean, como dicen y por encima de todo, haitianos.

“La isla de Haití”, bromeaban los compañeros locales sin bromear del todo. Pueblo orgulloso de una historia impresionante que aprovechan para contarte en cada cruce, viaje de ida, camino de vuelta.. en cada instante. La historia de un país al que una sucesión constante de golpes, invasiones, corrupciones, deforestaciones y desastres dejaron en el lugar donde se encuentra hoy: el de la reconstrucción desde el punto cero pero eso sí, hacia delante.

Estoy aquí con mi compañero Oscar y con Inés y Lucía, dos profesoras que desde hace ya muchos años participan con sus colegios en la Carrera Kilómetros de Solidaridad, que este año está cumpliendo su VII edición y con la que se está recaudando dinero para distintos proyectos en la reconstrucción de Haití. Un proyecto en el que participan cerca de 300.000 alumnos de toda España.

En Haití, ya antes del terremoto, la mitad de los niños y niñas en edad escolar no iban a la escuela y en el que cerca del 85% de las escuelas son privadas."

Aquí estamos para comprobar con nuestros sentidos algunos de los resultados del trabajo que Save the Children está realizando en el apoyo a la reconstrucción de un país que, como nos cuentan, ya antes habían destruido. Concretamente, visitamos los proyectos de educación en Puerto Príncipe. Es un viaje muy corto y sin embargo nos sobran demasiados motivos, preguntas y ganas como para no aprovechar al máximo la experiencia de encontrarse de bruces con la realidad.

La realidad educativa de un país donde, ya antes del terremoto, la mitad de los niños y niñas en edad escolar no iban a la escuela y en el que cerca del 85% de las escuelas son privadas. A penas hay escuelas públicas en Haití. Hablamos de ello con nuestro compañero Willot, responsable de los proyectos educativos en Puerto Príncipe,  que nos cuenta que muchas  de las escuelas privadas son religiosas, otras montadas por personas con dinero para las que la educación también es un negocio y que luego están también la multitud de escuelas organizadas por la propia comunidad, cansada de ver como sus niños no reciben el derecho a la educación. El que les corresponde.

Durante estos días he tenido la suerte de compartir muchas conversaciones con mis compañeros en Haití. Muchas preguntas respondidas y muchas cosas que aprender. Ha sido muy enriquecedor conocer a mi compañera Eliana, una joven madrileña que lleva ya mucho tiempo dedicada al trabajo en desarrollo y que  ahora es la responsable del Cluster de Educación en Haití. El Cluster es el sistema empleado por la comunidad humanitaria para coordinar mejor los esfuerzos conjuntos de la ONU y de las distintas ong´s en asistencia y ayuda en los distintos ámbitos (educación, protección, agua y saneamiento, salud, etc) en aquellos países que han sufrido conflictos y desastres naturales. Esta es la primera vez que una organización no gubernamental co-lidera uno de estos cluster (normalmente es liderado por las Naciones Unidas) y conocer a Lilian ha sido una oportunidad estupenda para aprender sobre el trabajo que se está realizando por la educación de los niños y niñas de Haití.

Aquí en Puerto Príncipe golpea el calor, la humedad y el agua templada de la lluvia que no para. Pero lo que te deja noqueada y sin apenas palabras es la fuerza de algunos gestos. Las sonrisas, siempre las sonrisas.