Siria: ¿Dónde está la indignación y por qué es importante saber dónde está?

Este artículo ha sido escrito por Cat Carter. Responsable de Comunicación e Información Humanitaria en Save the Children UK

Los trabajadores humanitarios trabajan en lugares difíciles. Somalia, Afganistán, Pakistán, República Centroafricana, Siria … y una larga lista. Puede ser una vida difícil – convivir con la tragedia a diario, estar lejos de la familia y amigos durante meses, una alimentación básica y repetitiva, acceso limitado a agua limpia…. El poder ducharse con agua caliente es casi un recuerdo. Los toques de queda te obligan a volver a casa antes de las 18:00 o de que anochezca – lo que ocurra primero. Las noches transcurren enganchadas al ordenador, enviando mails a las oficinas centrales o donantes institucionales, rezando para que el generador de electricidad no se quede sin batería. Siempre hay demasiado trabajo que hacer, demasiada gente a la que ayudar y muy poco tiempo para hacerlo. Los disparos que se oyen hacen difícil conciliar el sueño y apenas puedes dormir un par de horas hasta que el calor del día vuelve a ‘echarte’ de la cama.

Hay muchas razones por las que los trabajadores humanitarios se sienten frustrados. No hay suficiente financiación para mantener los proyectos, los funcionarios locales exigen documentación interminable para poder acceder a los campos de refugiados, los responsables hacen preguntas absurdas, en un tono cada vez más estridente, mientras nosotros intentamos explicar que no podemos entregar lo que nos piden porque las carreteras están bloquedas por un grupo militar local  que no para de disparar a todo el mundo.

Entre el personal de ayuda que trabaja en la crisis de Siria, los niveles de frustración son enormes. Y hay algo más – una rabia muy real y visceral. Principalmente la ira en el mundo, al ver cómo un país se deshace en pedazos ensangrentados o cómo se escuchan frases del tipo de ‘en fin, no hay chicos buenos en esto … “o” ¿no son todos terroristas de todos modos?’. Las imágenes de niños heridos no lograron remover la indignación de las masas. Los informes sobre torturas en masa de civiles cayeron en oídos sordos. Los asesinatos selectivos de médicos, periodistas y trabajadores humanitarios se han incrementado y todavía, nadie muestra indignación.

¿Qué otra cosa puede hacer el mundo que unirse e ignorar las manchas de sangre? Si todos somos honestos, sabemos que vamos a mirar al problema de Siria dentro de 10 ó 20 años y recordar la tragedia como una advertencia – como lo hacemos sobre Ruanda o Srebrenica.

Cientos de trabajadores de asistencia humanitaria que trabajan en primera línea en Siria nunca tendrán ese privilegio. Porque van a morir siendo trabajadores humanitarios. Morirán intentando conseguir la ayuda para una población desesperada atrapada en medio de una brutal guerra civil. Un hecho demasiado complicado y con una difícil solución. Miles de niños y sus familias nunca tendrán ese privilegio, porque van a morir esperando a que los trabajadores sanitarios puedan entregarles alimentos, agua potable y medicinas básicas.

Ya ha pasado más de un mes desde que se aprobó una resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para Siria, que permitía un acceso humanitario mayor y seguro. Hasta ahora no hemos visto el acceso ampliado, no hemos visto una caída en el número de muertes por causas evitables como la malnutrición, infección o ataques de asma. Pero seguimos teniendo esperanza. Podemos influir en la situación. Puede que no seamos capaces de cambiar el curso de esta guerra y su final, pero tenemos cierto poder sobre el aquí y el ahora. Podemos decir a nuestros gobiernos que deben hacer más. Podemos donar a organizaciones benéficas que trabajan sin descanso y sin temor en el terreno. Vosotros y yo no podemos conseguir la paz; no sabemos cómo va a terminar todo. Y ya que no lo sabemos, lo único que podemos hacer es cambiar la forma en que mucha gente vive para verlo.