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Un helado con sabor a lágrimas

“No sé si llamarlo genocidio, pero lo cierto es que la situación se complicó” reconoce Samuel (20 años. Nigeria) cuando se le pregunta por las razones que le llevaron a salir de su país natal. Habrá quien piense en el grupo terrorista Boko Haram, sus secuestros y matanzas, su radical odio a la educación que supone la llave para salir de la pobreza para miles de niños y niñas. “No hablo de ellos. Hablo de una violencia que se extiende de norte a sur. Todo comenzó con la llegada al poder del actual presidente, Muhammadu Buhari

No resulta fácil atisbar un pequeño resquicio de alegría en los ojos de este joven peluquero. Solo sucede cuando recuerda la vida que llevaba en la ciudad de Benin, junto a su mujer y su hijo. Todo se torció

“Cuando en diciembre de 2016 regresé a mi localidad natal, observé lo que el nuevo presidente había hecho contra las personas de mi religión cristiana, contra mis propios familiares y amigos: mi casa había ardido y varios miembros de mi familia habían sido decapitados. A partir de ahí, ya no había un lugar seguro para nosotros”

Samuel constató que solo le quedaba una opción: dejar Nigeria. “El problema es que si cruzas la frontera de forma ilegal, el ejército te captura y te cataloga públicamente como un miembro de Boko Haram. Lo hacen para demostrar que luchan contra ellos, pero es falso”. En realidad, Nigeria sí es un país seguro… para algunos, “solo para los que tienen dinero. La clase alta que vive en Lagos, por ejemplo”

SOMBRAS EN LA NOCHE

Samuel inició entonces una dura travesía cuando apenas era mayor de edad. “Tenía 18 años y ni siquiera sabía qué significaba la palabra asilo”. De Nigeria a Níger, de ahí a Libia y finalmente a Italia. Siempre de forma clandestina. Siempre oculto como una sombra. “Antes de poder tomar un bote hacia Europa, tuve que pasar 2 semanas en el desierto. Bebíamos agua de un pozo donde había un cadáver descompuesto. Aún recuerdo ese olor. Pero no nos quedaba otra. También bebíamos orina” Eran 18 cuando llegaron al desierto del Sáhara. Solo quedaron 8 finalmente. Por el camino se quedaron mujeres y niños.

“Había un chico menor de edad, más joven que yo, que no paraba de toser cuando dormíamos. Estaba enfermo y finalmente murió”.

PROGRAMA REFUGIADOS

Samuel era mayor de edad por muy poco, pero su trayecto es el que hacen miles de menores no acompañados (MENA) que se convierten en la esperanza de sus familias. A pesar de tener que pagar un precio alto: “Sentía mucha desprotección. Nunca sabes a quién te vas a encontrar. Cuando llegamos a Libia no sabíamos qué iba a pasar”. Los traficantes le asignaron un bote, pero después y para evitar ser capturados por los guardacostas libios, le empujaron al mar. “Afortunadamente nos salvó un bote alemán”.

Samuel ya se encuentra en Europa. Forma parte del programa de refugiados del estado español y aunque no tiene pasaporte, tiene la tarjeta roja que se asigna a las personas que solicitan asilo. Esto no es garantía de nada. “He buscado trabajo en peluquerías, pero como soy refugiado, no me contratan”.

Ya no vive al borde de la muerte, pero la vida sigue sin ser fácil para Samuel.

“Percibo racismo en algunas personas. El otro día, en el autobús, le dije a una señora que se sentara a mi lado, si quería. Me dijo que no, sin mirarme”

Tiene sueños y aspiraciones, como los de cualquier joven de su edad. “Quiero estudiar audiovisuales”. ¿Sueñas con traer a tu mujer y a tu hijo? “Sí, claro, pero es muy difícil” Es cuando sus ojos se humedecen. Nunca sabe si volverá a verlos. Vive con el persistente temor a que la violencia que sacude su país acabe con sus vidas.

A 5.200 kilómetros de su casa, su vida transcurre ahora en Donostia/San Sebastián. Una ciudad llena de turistas, sol, playa y gastronomía. Una situación que le resulta completamente ajena. Entre tanto, Samuel se enfrenta a algo novedoso. Nunca ha probado un helado. Una de las personas que escucha su testimonio le compra un cucurucho de helado de limón y nata. Lo prueba, y en un instante, regala a los presentes una sonrisa: “It´s good”.