Testimonio: 20 años después del primer Día Mundial de la Asistencia Humanitaria

Sonia Khush, Directora de Save the Children en Ucrania

Sonia Khush es la directora de Save the Children en Ucrania, con sede en Kiev. Anteriormente fue Directora de Respuesta en Siria, con base en varios lugares de Oriente Medio entre 2015 y 2022, y antes de eso Directora Senior de Respuesta Humanitaria. Ha participado en la respuesta al ébola en Liberia (2014), el tifón Haiyan en Filipinas (2013), el terremoto de Haití (2010), el tsunami de Banda Aceh (2004) y Palestina (2001-2002).

Sonia trabajó en los programas de Save the Children en Irak entre 2003 y 2006. Esto incluyó dirigir la puesta en marcha de nuestra respuesta desde Kuwait hasta el sur de Irak, y luego iniciar la programación en Bagdad antes de regresar a la sede de Estados Unidos. Fue un atentado con bomba en el Hotel Canal de Bagdad en 2003, en el que murieron 22 trabajadores humanitarios y más de 150 resultaron heridos, lo que llevó a las Naciones Unidas a designar el 19 de agosto como Día Mundial de la Asistencia Humanitaria. Sonia es licenciada por la Universidad de Tufts y máster por la Johns Hopkins School of Advanced International Studies.

"Llevaba varios meses trabajando en Iraq y durante el verano de 2003 estuve en Bagdad. Tomamos algunas precauciones de seguridad, pero nos movíamos con relativa libertad poniendo en marcha los programas de Save the Children y pasando mucho tiempo en el Hotel Canal, que era el centro de operaciones de la ONU. La cantina del Hotel Canal era un punto de encuentro popular para las ONG internacionales y locales, tanto para comer como para utilizar Internet.

Pocos días después de aterrizar en Estados Unidos, saltó la noticia del atentado contra el Hotel Canal, que se cobró la vida de 22 personas. Fue impactante. Trágico. Ese día murieron personas con las que había estado trabajando, todos ellos y ellas profesionales entregadas que habían llegado a Irak con el claro propósito de apoyar a las personas afectadas por el conflicto. Mientras veía las terribles escenas en la televisión, sólo podía pensar en lo valientes y apasionadas que eran aquellas y aquellos colegas, y en la pérdida que suponía para el mundo que se hubieran ido.

Fue una auténtica llamada de atención para la comunidad humanitaria, un importante punto de inflexión. Este ataque fue uno de los más mortíferos de la historia de la ONU, y era la primera vez que una organización humanitaria internacional neutral era atacada deliberadamente de esta manera. A partir de entonces tuvimos que ser mucho más conscientes de cómo se nos percibía, de las amenazas y de lo que requeriría un mayor nivel de seguridad.

Este atentado marcó una nueva etapa, el mundo ha cambiado en los últimos 20 años para las y los trabajadores humanitarios y las personas a las que apoyan. El número de incidentes en los que se han visto implicados trabajadores humanitarios se ha más que triplicado desde 2003, con una media de unos 450 trabajadores muertos, heridos o secuestrados cada año. Esto crea nuevos retos para las y los trabajadores humanitarios y sus empleadores, que ahora tienen que gastar más en seguridad y mitigación de riesgos para tratar de mantener a salvo a su personal.

Pero uno de los principales retos a los que nos enfrentamos en la actualidad es el acceso: intentar llegar a todas las poblaciones en situación de vulnerabilidad, independientemente de bajo qué control vivan. Esto es especialmente importante en situaciones de conflicto, en las que a menudo hay diferentes grupos que controlan distintas partes de un territorio sin garantías de acceso seguro para la ayuda o los trabajadores humanitarios. 

El mundo actual está mucho más politizado en términos de sanciones o normativas de los donantes, lo que puede facilitar el trabajo en unas zonas más que en otras. Como organización humanitaria independiente y neutral que quiere llegar a todos los niños, niñas y adolescentes, realmente tenemos que sortear muchas políticas y restricciones para asegurarnos de que podemos llegar a la infancia en mayor situación de vulnerabilidad, esté donde esté.

Y, por desgracia, la situación no hace más que empeorar. A veces tenemos que justificar por qué tenemos que ayudar a la gente, a menudo enfrentamos preguntas del estilo de “por qué no nos limitamos a ignorar a tal o cual grupo”.

Obviamente, tomamos partido. Tomamos partido por la infancia. Por sus derechos, por su necesidad de alimentos, educación, atención sanitaria y un medio ambiente limpio. Lo que, curiosamente, a menudo nos pone en el camino de la colisión con ciertos gobiernos o autoridades que pueden no estar haciendo cosas que beneficien a sus propias poblaciones. ¿Cómo podemos ser valientes y alzar la voz sin dejar de operar en el mismo país? Es un problema constante con el que nos enfrentamos en algunos de los países en los que trabajamos.

No todo es sombrío. Algunas cosas han mejorado en los últimos 20 años. La tecnología, por ejemplo, ha cambiado nuestra forma de trabajar. Ya sea la prevalencia de Internet y los dispositivos móviles, o el uso del dinero en efectivo como modalidad de respuesta, ahora están ampliamente aceptados y son la norma, a diferencia de hace 20 años.

La gente también está mejor preparada en general, especialmente para las catástrofes naturales. En Bangladesh, por ejemplo, los ciclones no causan tantas muertes como en los años setenta u ochenta. 

Algunos de los problemas son los mismos que en el pasado para cualquier niño atrapado en un conflicto. Las niñas y los niños necesitan protección. Necesitan apoyo en salud mental. Necesitan recibir una educación. Y quieren expresarse. Muchas de las necesidades no han cambiado, pero hemos aprendido mucho sobre cómo abordarlas.

Otro cambio interesante, que ya estamos viendo, es que la nueva generación de trabajadores humanitarios procede en gran medida de las respuestas humanitarias en sus propios países.  Por ejemplo, en Ucrania tengo unos siete trabajadores de Oriente Medio que crecieron durante el conflicto sirio y trabajaron en la respuesta a Siria en diferentes países. Hay algunas que perfeccionaron sus conocimientos en Etiopía y otros en Yemen. Todas estas personas trabajan ahora aquí, en Ucrania, aportando todo lo que han aprendido participando en esas respuestas como personal y, a veces, como personas profundamente afectadas por esos acontecimientos. 

Las y los trabajadores como yo creemos realmente en los principios humanitarios de independencia, imparcialidad, humanidad y neutralidad, pero nuestra capacidad para actuar y prestar servicios de acuerdo con esos principios se ve cuestionada en estos días. El error que hemos cometido colectivamente es que asumimos que, puesto que tenemos estos principios, siempre estarán aquí. Pero supongo que hemos aprendido que, al igual que otros derechos, hay que luchar continuamente por ellos para asegurarnos de que no se erosionan. 

Un cambio positivo que nos gustaría ver en los próximos años sería que las agencias humanitarias estuvieran facultadas para seguir aplicando los principios sobre los que se fundaron: independencia, imparcialidad, neutralidad y humanidad. También que los Estados, los donantes y las partes en conflicto nos reconozcan como actores independientes, para que la ayuda no se instrumentalice ni se utilice para favorecer a un determinado bando o una determinada causa.

¿Qué me mantiene motivada? Te contaré una historia. Cuando trabajaba en los campos del noreste de Siria, había un niño estadounidense cuyos padres habían sido asesinados y que estaba al cuidado de un cuidador del campo.

Al final acabó en Save the Children, en un centro que dirigíamos para infancia no acompañada. Nuestro personal pudo utilizar su presencia y sus redes en los campos para encontrar el número de teléfono de su tía en Estados Unidos. Comprobamos de forma independiente que el niño estaba emparentado con esa familia. La familia recibió entonces el apoyo del gobierno estadounidense, que repatrió al niño y lo llevó con sus abuelos a Estados Unidos.

Unas semanas después de que el niño regresara a casa, el abuelo envió a mi colega un vídeo de él bailando en su casa. Haberle visto en el campo del noreste de Siria y luego verle bailando en casa de sus abuelos fue increíble. Eso es lo que me mantiene motivada. Cada vida de un niño o niña que cambiamos a mejor es mi motivación".