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Contra la violencia y acoso entre iguales o el reto de la convivencia pacífica

Este artículo ha sido escrito por José Antonio Luengo Psicólogo Educativo, Vicesecretario del Colegio de Psicólogos de Madrid. Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid.

Hablar de acoso escolar es hablar de violencia entre iguales. No es otra cosa. Violencia física en ocasiones, o psicológica y emocional en gran parte de ellas. Y por tanto, genera dolor, mucho dolor. Mal empezamos si eliminamos de este fenómeno su ingrediente o componente social. De aprendizaje social. Más que escolar. La escuela, en general, contribuye al desarrollo y aprendizaje de patrones razonables y pacíficos de convivencia. Pero claro, es muy visible en sus espacios, los físicos, pero también en los virtuales, aquellos que se configuran en el ejercicio de la interacción y relaciones entre compañeros en brazos de los dispositivos, aplicaciones y redes tecnológicas en los que se desenvuelven. Pero salvo excepciones no es un fenómeno que emane o adquiera músculo y recorrido a causa de la escuela, su naturaleza y organización.

El acoso entre iguales es un hecho constatado. Investigado. Documentado. Y, lo peor, vivido por muchos miles de niños y adolescentes cada año en nuestro Estado. Y es un fenómeno doloroso. Con efectos nocivos prácticamente inmediatos cuando se hace visible. Y también, en no pocas ocasiones, con consecuencias negativas a medio y largo plazo. El Estudio recientemente presentado por Save the Children, Yo a eso no juego: Bullying y ciberbullying en la infancia, es, a la par que serio, riguroso y didáctico, una instantánea explícita y especialmente documentada del fenómeno y su naturaleza en nuestro país. Pero representa también un mapa que guía hacia la esperanza, orientado a las buenas prácticas, a ideas y compromisos que, sabemos, pueden contribuir a si no erradicar, sí hacer enmudecer las intrincadas raíces y estructuras que le hacen nacer, crecer y perdurar entre nuestros niños, niñas y adolescentes. Con los datos que aporta y sus referencias, ideas y recomendaciones para atacar el fenómeno de manera integral y decidida, el citado Estudio nos muestra el camino para llevar a efecto políticas y acciones concretas que sabemos que funcionan. Y en gran medida.

El acoso, y, por tanto, maltrato entre iguales, es un fenómeno real, no poco extendido. Esta es la mala noticia. Pero, al mismo tiempo, son muy numerosas las experiencias de éxito. De prevención, de pronta detección e intervención efectivas. Este es el lado bueno de estas cosas… De las numerosas conversaciones con víctimas de este fenómeno, al abrigo de los efectos del momento en que se produce, o pasados ya algunos años de las terribles experiencias vividas, he aprendido muchas cosas, pero algunas esenciales. Características que ellos, las víctimas desean que se cuenten, expliquen y se hagan visibles. Una, en situaciones graves, el dolor en la víctima es profundo. Como profunda es la desesperanza que crea en quien lo sufre, y la pérdida de la confianza que genera, en todos, en uno mismo, también. Dos,  las víctimas reconocen pensamientos recurrentes: uno, el de la venganza (algún día...) y, ojo, a veces, el de desaparecer del mapa... Tres, resaltar las consecuencias balsámicas de la ayuda de los compañeros, de los iguales. De los que casi siempre, solo, observan, sin hacer nada. Basta sentir una mano en tu hombro, la mirada sincera, el apoyo de algunos amigos y compañeros para ver la luz al final del túnel. Cuatro, es necesario pedir ayuda. Si no puedes enfrentar la situación, pide ayuda. No lo dudes. Y no te retrases en hacerlo. Nunca. Y cinco, de esto se sale. con ayuda, se sale.

Es necesario abordar el problema como un reto. Desde la promoción intencionada y convencida de la convivencia pacífica. Y, por supuesto, desde la consideración global del fenómeno.

Como detalla el Estudio de Save the Children en su apartado de recomendaciones, es necesario el diseño y desarrollo de una política integral contra la violencia en la infancia. Porque es necesario dejar claro que la violencia entre iguales es fruto de una organización social donde la violencia en general y la violencia contra la infancia no es, aún, lo suficientemente tenida en consideración, entendida y, sobre todo, eficientemente abordada. Como marco y perspectiva esencial desde el que asentar y pulir los planes y programas que puedan llevarse a la práctica en las comunidades educativas. Sin perder de vista la relación con y participación de padres y madres. Los centros educativos han reaccionado. Pero no es suficiente. Como no son suficientes los recursos de apoyo, intervención y orientación psicológica. Como no es suficiente, tampoco, la formación que sobre estos contenidos se da en la Facultades de Formación del Profesorado o en ejercicio. O la que se desarrolla con los equipos directivos, auténticos motores de cualquier cambio y mejora. Es necesario insistir en formar adecuadamente, dar buenos instrumentos, para detectar. E intervenir. Pero sobre todo, para prevenir. Los centros educativos tienen que ser también, más que nunca, escuelas de convivencia. Y escuela de ciudadanos. Abordando, por supuesto, la ciudadanía digital. Y ya vamos retrasados.

Es imprescindible fomentar la acción tutorial y los planes de convivencia; y dedicar tiempos y espacios específicos para esta tarea, con una gran sensibilidad y alejados, por fin, de estereotipos, mitos y errores dramáticos en la conceptualización del fenómeno de la violencia entre iguales y, consecuentemente, de la respuesta dada (cuando se daba). Y es asimismo imprescindible trabajar profundamente con los grupos-clase, definiendo y tasando las situaciones con la incorporación de los observadores, y no solo de los que siempre han parecido, y aparecido, como los únicos actores: agresores y víctimas. Los centros educativos tienen gran capacidad de respuesta, en el ámbito pedagógico y educativo, si se hacen adecuadamente las cosas. Y pueden convertirse en auténticos agentes de cambio. Si trabajamos entendiendo que la convivencia es no solo un fin, sino, sobre todo, un camino.

 

 

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